El día amanece gris, triste, plomizo, con un ligero orbayu que parece más propio del otoño norteño que de una incipiente primavera.
No he pasado una buena noche, alteración de horarios y demasiado tiempo preparando la maleta. Acostarse a las 2 de la madrugada no es lomejor para afrontar un viaje de muchas horas, 26 h tardaré en llegar a Santiago de Chile si el tiempo, Iberia o el horóscopo me lo permitan. Quizá Iberia sea quien más tenga que decir sobre mis pensamientos nocturnos.
Imagino que preparar la maleta, y no me refiero al hecho en sí de hacerla (cuando uno se va de vacaciones no importa, ¿verdad?), supone lo mismo para mí que para un saltador con pértiga afronta el primer salto de la pretemporada. Vuelta a las rutinas, al pensamiento ordenado lo que uno encontrará y necesitará, de revivir lo que una vez era sólo un efecto colateral. Ah! debo acordarme de hacer un "check list" para el próximo viaje.
A la mañana siguiente se nota el cansancio, las prisas de última hora, y la sensación de que las manecillas del reloj vuelan, quizá si el reloj fuese digital, me sentiría menos culplable por haberme quedado 2h más en la cama sobre el horario previsto, aún así llegué el primero al aeropuerto.
Tuvimos que anticipar 8h nuestro vuelo por obra y gracia de Iberia (Ryanair en Asturias ya!), y cuando miro las pantallas veo que el tempranero vuelo también estaba cancelado. La explicación bien sencilla, Economía de Crisis, aunque sea a costa del usuario, que tiene todas las obligaciones pero casi ningún derecho, y el derecho a la pataleta que es gratis, casi nunca trae soluciones o recompensas. Se cancela el de las 21h, se cancela el de las 10h, se retrasa el de las 11h, y finalmente a las 13h se prepara una ensalada mixta con aceite y vinagre, un poco sólo de vinagre.