El camino al aeropuerto fue una mezcla de sensaciones, ilusión, responsabilidad, dignidad y respeto, miedo, nostalgia, ...
Ilusión por un nuevo comienzo, por volver a la vida, y no en un sentido materialista, desde un estado vegetativo causado por las estrecheces económicas, sino por la sensación de sentir que uno se ha vuelto a subir en el tren de la vida, que ha vuelto a subirse a un mundo que había girado demasiado rápido.
Responsabilidad por la dirección de un proyecto, por la asunción de objevos comunes, pero sobre todo por ser uno el ingnitor de nuevos sueños y retos.
Respeto recuperado, búsqueda de una dignidad y reconocimiento profesional perdido, o que creía perdido, uno no siempre está seguro de hablar el mismo idioma aunque se empleen las mismas palabras.
Nostalgia del reencuentro, de los amigos y de las experiencias buenas y malas vividas.
Miedo al fracaso, y aunque dar la cara y luchar por lo que uno cree nunca es un fracaso, siempre existe un miedo innato. Imagino que no es diferente al de un montañero que escoge una ruta, o al de un escalador, que agarrado a la roca y ante el embate de los elementos, busca un resquicio, una grieta, donde colocar una guía para seguir su camino. Quizá esto no es muy diferente a la vida, marcarse un objetivo, buscar la mejor vía, asegurarse, y aferrarse a la roca con todas tus fuerzas, que los pilares de nuestra vida sean resistentes y equilibrados, tanto como para aguantar el viento, la lluvia, las malas rachas que todos hemos vivido, y esforzarse por llegar a la cima, y nunca, nunca, dejar de luchar y caer al vacío.